El español ha sido, tradicionalmente, acomodaticio y poco dado a la aventura, salvo honrosas excepciones. Emprender un proyecto, afrontar un desafío, experimentar, son verbos que no han casado muy bien con una mentalidad a la que durante las décadas de dictadura del siglo pasado amoldaron para dejarse hacer, “papá-estado” proveería.
Expresiones como “estudia, haz una carrera, preséntate a unas oposiciones y a vivir” reflejaban las metas de varias generaciones de jóvenes.
El fuerte proteccionismo hacia el delgado tejido empresarial nacional nos impedía ver lo que de golpe fue una realidad con el advenimiento de la democracia y la posterior incorporación a la Comunidad Europea: las empresas europeas entraban a vender en nuestro país en igualdad de condiciones y las nuestras, no les quedó otra alternativa que “ponerse las pilas” y salir a vender fuera.
Este chaparrón de realidad hizo que los que lo recibieron educaran a su progenie en la importancia de aprender idiomas, de salir al extranjero, de defendernos en tierras e idiomas extranjeros. Y curiosamente descubrimos que no se nos daba mal, que no se nos daba nada mal.
Y en eso hemos estado en los últimos 30 años. Esta nueva manera de entender las relaciones empresariales caló de tal manera que las nuevas generaciones, ya del siglo XXI, casi nacen con ella interiorizada y es por ello que a algunos de los jóvenes impulsadores de los proyectos vitivinícolas más importantes de este país, España se les haya quedado pequeña pero no solamente para comercializar sus vinos, sino lo que es más importante y sobre todo, relevante: para elaborarlos.
Una bodega con una tradición de 125 años, Bodegas Valdemar, ha colocado hace un par de meses la primera piedra de su bodega en Estados Unidos. No es la primera, conocemos el caso de la familia Torres, pero el hecho de que Bodegas Valdemar haya decidido dar ese paso adelante y que además, no haya buscado el cobijo de su predecesora y se haya desplazado a miles de millas de distancia, en la denominación de origen Washington State Wines nos indica que ya no estamos ante un hecho aislado, sino que el tejido emprendedor de nuestro país ha cambiado y ya no es ni acomodaticio, ni tampoco sale al exterior para sobrevivir, es un tejido que busca su propio destino en el extranjero porque así lo ha decidido voluntariamente, no forzado ni obligado por la supervivencia.
Pero no nos equivoquemos de concepto, esta última generación de Bodegas Valdemar que es la quinta, liderada por los hermanos Ana y Jesús Martínez Bujanda, no quiere ni olvidar ni por supuesto enterrar su patrimonio histórico, las palabras de Jesús no permiten dudas al respecto:
“… la intención es trasladar nuestra filosofía y saber hacer a esta zona con este nuevo proyecto. Nos hemos reunido y apoyado en numerosos especialistas del sector de Washington State (universidades, bodegueros, geólogos, enólogos…) para recorrer el camino. Con Valdemar Estates aspiramos a convertirnos en una bodega de referencia tanto por la calidad de sus vinos como por su proyecto enoturístico.”
Estamos de enhorabuena en España, lo estamos haciendo bien y esta generación lo está demostrando.
Seguiremos sus pasos, les felicitaremos en sus logros y les consolaremos en sus traspiés, que seguro que los tendrán, pero el mayor éxito ya lo han conseguido con esa primera piedra.
©Mara Funes Rivas – Mayo 2018
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